Sentadas bajo la
sombra de un viejo árbol, detrás de esta particular casa ya sin
vida, imaginábamos como sería nuestro futuro. Tú, una tierna
adolescente de ojos negros y piel rosada, que contrasta con mi oscuro
cuerpo color café, y que crea un mágico tapiz de colores cuando nos
abrazamos. Yo, una joven con ganas de comerme el mundo y derribar
todos los muros que encontrásemos a nuestro paso.
Escapábamos de las
miradas observadoras, acusadoras, y nos refugiábamos en nuestro
paraíso particular. Mientras observábamos el amplio valle que
teníamos ante nostras, fantaseamos miles de tardes con habitar, en
un futuro, la casa que cada día veíamos delante nuestra, ya débil,
sin vida, olvidada, pero que nos parecía el lugar más mágico del
mundo, nuestro refugio, cómplice de nuestras caricias y besos
robados.
Los años pasan y
todo cambia. Esta vida no es la amiga que imaginábamos, pero algo
permanece después de todo, seguimos juntas.
La vida nos hizo
tener que irnos de nuestro hogar, de la pequeña aldea en la que
vivíamos y buscar un futuro “mejor” en la ciudad, ahí
esperábamos encontrar una situación laboral digna y sobre todo
volvernos invisibles, escapar de los murmullos constantes y los
juicios innecesarios. Pero no todo es como parece, y nada es tan
fácil. Los prejuicios, los estereotipos, la falta de sensibilidad y
la falta de respecto están en todas partes, al igual que la
precariedad laboral y la falta de salidas.
Todo se vuelve
difícil, ese no era el refugio que esperábamos encontrar cuando nos
fuimos. Nos volvimos invisibles, pero solo para la falta de
solidaridad y empatía. Comenzamos a echar de menos la unidad de
nuestra aldea, la mirada observadora de la vecina que vigila tras la
ventana si vamos o venimos, pero que se preocupa el día en el que el
pan está demasiadas horas colgado en la puerta esperando a que lo
recojamos, y se interesa por si estamos bien o si ha pasado algo; Esa
vecina que trae una docena de huevos y un saco de patatas cuando las
cosas se ponen difíciles, o la que se ofrece a cuidar de mi abuela
cuando tenemos que ausentarnos de casa.
Volvimos a la aldea,
para sorpresa de todo el mundo, ¿Recuerdas la cara de mis padres al
vernos aparecer de nuevo con las maletas ? Nunca la olvidaré, pero
todavía menos la expresión de felicidad de la señora Carmen al
enterarse de que nos quedábamos, nunca lo hubiéramos imaginado,
siempre se mostró distante con nosotras.
Volvimos cargadas de
energía, de reflexiones... descubrimos que el miedo está en
nosotras mismas, que somos lo suficientemente fuertes para ignorar
cualquier tipo de comentario, que nos amamos y que queremos vivir en
la aldea que nos vio crecer, con nuestras familias.
Dejamos de
escondernos, y nos fuimos a vivir juntas, a casa de tus padres.
Volvimos mentalmente a la infancia y a la adolescencia, a los paseos
por la aldea, por el bosque, por la orilla del río, y sobre todo a
sentarnos al pié de aquel viejo roble y observar lo que queda de la
casa de nuestros sueños, de nuestra fantasía juvenil, que cada vez
tiene menos vida y se pierde en el mar del olvido, la vegetación
comienza a tapar sus paredes, y la naturaleza quiere recuperar el
terreno que era suyo.
Ahora, casi 30 años
después, voy a contarte una de las noticias más importantes de
nuestra adolescencia, por que volvemos a ella en este mismo instante:
Eduardo nos vende la casa! Si, si... la casa de nuestros sueños,
nuestro refugio ya en ruinas, pero que será el mejor hogar del mundo
gracias a tu fuerza que lo inunda todo.
Ya la he apalabrado,
todo está listo para empezar a trabajar en ella, solo me faltaba ser
capaz de contártelo y por eso te escribo esta carta, sentada bajo
nuestro árbol en la que ya es nuestra casa. A pesar de que hablo
todos los días contigo, en el cuarto, en la cocina, en el trabajo...
esta noticia merecía quedar escrita por y para siempre. Como nuestro
amor. Este será nuestro hogar, a pesar de que nunca llegues a
pisarlo, pero lo estarás habitando cada día, cada centímetro, a mi
lado. No sabes la falta que me haces y lo mucho que te echo de
menos.
Te quiero Xulia.
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